Aristóteles definió el estudio de la comunicación como la búsqueda de "todos los medios de persuasión que tenemos a nuestro alcance". Analizó las posibilidades de los demás propósitos que puede tener un orador. Sin embargo dejó muy claramente asentado que la meta principal de la comunicación es la persuasión, es decir, el intento que hace el orador de llevar a los demás a tener su mismo punto de vista. Este tipo de enfoque del propósito comunicativo siguió siendo popular hasta la segunda mitad del siglo XVIII, aunque el énfasis ya no se pusiera sobre los métodos de persuasión, sino en crear buenas imágenes del orador.
En el siglo XVII surgió una nueva escuela de pensamiento que se conocía con el nombre de psicología de las facultades. Esta escuela hacía una clara distinción entre el alma y la mente, atribuyendo diferentes facultades a cada una de éstas.
A fines de siglo XVIII los conceptos de la psicología de las facultades invadieron la retórica. El dualismo alma/mente fue interpretado y tomado como base para dos propósitos independientes entre sí, de la comunicación. Uno de los objetivos era de naturaleza intelectual o cognoscitivo, el otro era emocional. Uno apelaba a la mente y el otro al alma.
De acuerdo con esta teoría, uno de los objetivos de la comunicación era informativo: llamamiento hecho a la mente. Otro era persuasivo: llamado hecho al alma, a las emociones. Y otro más servía de entretenimiento. Se decía que se podría clasificar las intenciones del comunicador y el material que utilizar, dentro de estas categorías.
Una de las críticas hechas al concepto de una triple división del propósito se refiere a la naturaleza del lenguaje. Puede alegarse que existe una razón para creer que todo el uso del lenguaje tiene una dimensión persuasiva, y que la comunicación se hace completamente imposible si ésta, en una forma u otra, carece de intento de persuasión
La distinción que se hace entre información–persuasión–entretenimiento ha llevado a confusión en otro sentido. Hubo una tendencia a interpretar que estos propósitos son excluyentes. Es decir, que cuando uno está entreteniendo no está dando información; que cuando uno está persuadiendo no está entreteniendo, y así sucesivamente. Eso no es cierto, pero a pesar de ello esta distinción se hace frecuentemente.
Al considerar un contenido es difícil determinar si su propósito es informar persuadir, así como decir cuál será su efecto en el receptor y cuál la intención de la fuente al producirlo. Esto puede ser ilustrado por la confusión que nos encontramos en el campo educativo cuando tratamos de definir las humanidades, las artes o las ciencias en términos de contenido en lugar de hacerlo en términos de intención o efectos. Puede ocurrir que relacionemos ciertas características de un mensaje con determinados efectos o intenciones, pero parecería más acertado ubicar el propósito en la fuente y en el receptor, en vez de hacerlo en el mensaje.
De todas formas dos preguntas siguen en pie: afectar a quién y de qué modo.
El quién
Cualquier situación humana en que intervenga la comunicación implica la emisión de un mensaje por parte de alguien, y a su vez la recepción de ese mensaje por parte de otro. Cuando alguien escribe, otro debe leer lo que se ha escrito; si alguien pinta, otro ha de mirar lo pintado, y si alguien habla, también tiene que haber alguien que escuche lo que se dice. Cualquier análisis de un propósito comunicativo o del éxito obtenido al lograr la respuesta esperada, necesita plantear y contestar la siguiente pregunta: ¿A quién estaba destinado esto?
El cómo
Podemos ubicar o colocar el propósito de la comunicación en algún lugar, a lo largo de un continuum limitado en una de sus extremidades por lo que cabe definir como "propósito consumatorio" y en la otra por un "propósito instrumental". La posición a lo largo de este continuum está determinada por la respuesta a la pregunta de hasta qué punto se cumple totalmente el propósito de este mensaje en el momento de su consumación, o hasta qué punto llega esta consumación a ser solamente "instrumental" al provocar y permitir una conducta ulterior.
Podemos hablar de recompensas "inmediatas" y recompensas "dilatadas". Diferentes mensajes pueden dar origen a diferentes recompensas en el tiempo. Estamos en el ámbito de mensajes con propósito "consumatorio". El objetivo es llegar a la consumación de algo.
Un artista puede componer una obra con diferentes fines, el prestigio, el impacto en la opinión pública, provocar determinadas reacciones. Estamos en el ámbito instrumental.
Si nos imaginamos el autor de una novela y su editor seguramente podremos prever una serie de conflictos de intereses, consumatorios e instrumentales. Para el editor lo que importa es que el producto "novela" alcance un máximo de ventas, quizás no le vaya mal al autor, pero seguramente éste pretende otros objetivos, como el de impactar al lector, satisfacer su ego, ser especial, etc.
Los dos pues operaran con registros diferentes, que no por ello tienen que ser opuestos. Hay la posibilidad de un continuum en el que los intereses de uno y otro tengan puntos de contacto o podríamos decir de compromiso.
La influencia de la comunicación es:
El proceso de conseguir que otras personas acepten nuestros puntos de vista y se sienta cómoda con ello (no por imposición) y a su vez que estas personas permanezcan suficientemente entusiasmadas como para poder influenciar positivamente a otras.
La influencia de la comunicación es un proceso de cambio. Este proceso se organiza a través de una serie de etapas que podemos esquematizar de la forma siguiente:
Siguiendo pues la lógica de influenciar, no podemos hablar de una comunicación exitosa o eficaz si no consigue que nuestro interlocutor atraviese estas diferentes etapas. No basta con explicar bien nuestro mensaje, también hay que ayudar a que se de cuenta de que puede, motivarlo y hacer que haga suyo el contenido del mensaje, actuando en consecuencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario